domingo, 7 de noviembre de 2010

Lituma en Nueva York

Digamos que nos hayamos pasado aproximadamente unos 50 años tratando de encontrar la cura a alguna enfermedad mortal y que nuestras investigaciones nos hayan llevado a un estado nunca antes alcanzado por los investigadores y que estemos ya casi en la circunstancia de anunciar una nueva vacuna, milagrosa y salvadora. Digamos que a raíz de eso, expertos, sumamente entendidos en la materia, nos brinden un reconocimiento por todo el trabajo realizado en todos esos años y nos premien por todas nuestras trasnochadas para salvarle las vidas a tantas personas. Supongamos que uno de esos días después de haber alcanzado el premio y recibido aquel reconocimiento tocan a nuestras puertas cientos de periodistas para entrevistarnos. Algo halagador si y hasta allí todo bien. Pero, ¿qué podríamos pensar si en el contexto de tremenda satisfacción personal, estos periodistas se interesen más por nuestra posición política, o indaguen por nuestra opinión sobre un tema de menor relevancia, muy lejano al reconocimiento académico recibido hace unos instantes?

“No hay malas preguntas, sino malas respuestas”, dice un refrán alemán. En el caso de Mario Vargas Llosa, apenas a dos días de haber recibido el premio Nobel de Literatura, sus respuestas han sido todas buenas, demasiado buenas diría yo, lo que si fueron pésimas, han sido todas las preguntas que se le hicieron, por lo menos las preguntas de sus periodistas compatriotas. Me hubiera gustado encontrar a un Thomas M. Scheerer indagándole acerca de los vasos comunicantes, la complejidad de escenarios, las cajas chinas y especialmente de la estructura narrativa de la Casa Verde y del orden en el caos de esa y de otras obras suyas. Qué interesante hubiera sido conocer un poco mas de su proceso creativo, de sus grandes referentes y del porque Flaubert, Faulkner, Sarte y Camus han sido una inspiración de su obra literaria. Como me hubiera gustado verlo en frente de un José Miguel Oviedo respondiendo a sus interrogantes sobre lo polifacético de su obra, como el teatro, el ensayo, el relato erótico, o el de corte policial y encontrar una respuesta directa a su concepto de la “novela total”. Que interesante hubiera sido conocer sus preferencias literarias y cómo el autor llega a introducirse léxicamente en un mundo que cronológica y geográficamente se encuentra lejos de su escritorio. Pero bueno, resulta que nuestros periodistas son o abogados, pertenecen a cadenas privadas donde priman otros intereses o se trata de colegas que mantienen un interés superfluo, suponiendo que eso es lo que a su público más le interesa.

A propósito, la entrega del premio Nobel a Mario Vargas Llosa también ha tenido un impacto tremendo sobre las personas, como se puede observar. He gastado más de una sonrisa viendo a todo aquel crítico de él tornándose en un fiel admirador. “Cómo has cambiado pelona, Cisco de carbonería”, diría mi buen amigo Nicomedes Santa Cruz.



Mas asombrado he quedado de la forma como uno de mis periódicos favoritos, el Südeutsche Zeitung, ha contextualizado el honor de la academia sueca hacia Vargas Llosa. Lotthar Müller, colaborador de ese periódico usa palabras como “terror” y “violencia” para mencionar el país del que Vargas Llosa proviene, descuidando que el país que el premiado autor describe en sus obras es el país que éste dejó en los 80 y no es el que tenemos hoy en día. En conclusión sucede aquí lo contrario. Se trata del relato de un periodista que es mas que todo filólogo y quien desconoce totalmente la dinámica de un país que a pesar de las circunstancias de desigualdad y distribución de riqueza, está en buen camino para salir del subdesarrollo. Quizá Müller busque responder a las expectativas de sus lectores, adeptos al “romanticismo de la pobreza”. Por otro lado no es fácil entender porque Müller menciona aquellas expresiones despectivas vertidas en “La Tía Julia y el escribidor” (a través de Camacho) sobre los autores argentinos, proyectando los calificativos a la actualidad, llegando a insinuar que a Vargas Llosa no le ha sido posible evitar que el honor del premio Nobel recaiga sobre todo el continente, incluido los argentinos.

He llegado a la conclusión que para retratar a un autor de esa talla, sin importar el medio que se utilice, uno debe de estar universalmente versado y abstraerse de todo contexto que no sea el netamente literario. Tarea que en este post, a pesar de conocer su obra agudamente, no pretendo ni en lo mínimo ejercitar. Pero si desear que se rescaten testimonios más profundos del autor y entender así la genialidad de su trabajo literario. Este 10 de diciembre será la entrega oficial del premio Nobel de Literatura a un gran autor universal.


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